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domingo, 6 de noviembre de 2011

Las tumbas

  Hace ya un tiempo que el ayuntamiento decidió trasladar el cementerio desde su ubicación actual a otra más alejada de la población, pues aseguran que no ya no hay espacio libre suficiente para seguir enterrando a nadie, estos terrenos aparte de un valor sentimental tienen por supuesto un apreciable valor económico. De todas formas yo siempre pensé que no era muy interesante edificar en un lugar así, sobre todo si se intuye que allí hay mucho dolor acumulado. Cuenta una vieja historia, que hace más varios siglos en cierta ocasión una terrible peste se extendió por la región, matando personas y animales, destruyendo familias incluso algunas de ellas perdieron a todos sus miembros. Fue una situación terrible, los cadáveres se amontonaban en las viviendas esperando que un alma caritativa los sacara de allí, por las calles avanzaba una carreta, un funesto carromato donde se apilaban los cuerpos sin vida en una orgía de muerte, un hombre ataviado con una túnica negra guiaba a un caballo cuyo paso cansino recordaba el de la Santa Compaña, la procesión de los difuntos, almas que vagan por la noche hasta que de madrugada se alejan de la tierra de los vivos, tras él un niño desgreñado como portador de una antorcha que llameaba y proyectadas grotescas sombras en las oscuras noches de invierno sobre las fachadas de las casas. Más de un mes los habitantes del pueblo tuvieron a la muerte por vecina, paseándose altiva por sus calles, cuanto dolor se acumuló en aquellas sufrientes familias. Pasados unos días se excavó una gran cárcava en el lugar en el que hoy está el cementerio, en ella se depositaron todos los cadáveres para prenderles fuego y así evitar el contagio. En aquella nefasta locura algunos de los cuerpos, estuvieran incluso moribundos en el instante de prender la inmensa pira. Aseguran los viejos que la pestilencia a carne quemada podía olerse a kilómetros de distancia, que el hedor nauseabundo impregnaba de todas las casas. El pueblo quedo prácticamente desierto, sólo una veintena de personas soportaron la enfermedad, incluso el médico del pueblo cayó enfermo y murió a los pocos días. Sobre aquella gran fosa se colocaron siete tumbas sin nombre, sin nada que determinara la tragedia, sólo una fecha noviembre de 1351. Todos saben que aquellas tumbas fueron las de la terrible peste que asoló el pueblo y ahora quieren desmontar el viejo cementerio, que osada y atrevida es la ignorancia. Nadie se ha atrevido a iniciar las obras, aseguran los vecinos que las noches de luna se percibe un ligero olor a carne quemada y algunos dicen haber visto luminarias que se pasean entre las tumbas. Incluso hay gentes que dicen que son luciérnagas, otros las almas de los difuntos que no quieren ser molestadas. Falta una semana para la noche de todos los santos y creo que algo sucederá en el viejo cementerio, dos amigos y yo mismo decidimos acudir allí y esperar cerca de la tapia. Queremos ver si algo sucede en aquel tétrico lugar. Estaba anocheciendo y las nubes cubrían una airosa luna que lucía un halo tornasolado, el viento gemía entre los viejos y frondosos cipreses que bordeaban el camino que conduce hacia el camposanto, el vehículo aparcó en la zona que da a poniente, donde una parte de la tapia se ha derrumbado. Entre bromas y risas se hicieron las 2 de la mañana y nada hacía presagiar lo que íbamos a ver, una niebla espesa comenzó a inundar el suelo del camposanto, nos miramos asustados pero quisimos esperar, aunque, de salir del vehiculo nada de nada. Lentamente como si de una macabra danza se tratase, pequeños hilos de luz surgieron del suelo y caracolearon entre si. Un sutil olor a humo entró por los aireadores del coche, estábamos petrificados, los hilos de luz ascendían para disiparse lentamente en la noche, nos miramos con asombro y Julián muy nervioso, puso la mano sobre la llave intentando arrancar el motor del coche que rugía una y otra vez sin ponerse en marcha, las luces se dispersaban por el camposanto y a una altura de un metro se disipaban en la bruma, la luna había perdido su fulgor y algunas de las farolas que alumbraban el cementerio se habían apagado, el motor del coche seguía resistiéndose a ponerse en marcha, yo mismo intenté abrir la puerta del lado del conductor para descubrir que esta estaba bloqueada. –¿Qué pasa, acaso esto lo has preparado tú? —Le gritábamos a Manuel que estaba histérico moviendo una y otra vez la llave le coche. –Pero que estáis locos como voy a hacer una cosa así. Las luces seguían formándose y dispersándose por el camposanto, Juan que estaba en el asiento posterior, pudo abrir la puerta pues esta no estaba bloqueada saliendo a toda prisa del coche. –¿Qué haces Juan estás loco?, vuelve a entrar. Las luces parecieron percibir lo que sucedía, u formando un extraño halo se deslizaron sutilmente hacia el coche, aquello puso mucho más histérico a Juan que salió corriendo del vehículo corriendo, corriendo hacia ningún lugar concreto, en su locura y oculto por la oscuridad desapareció del campo de nuestra visión, el halo de luz cambió súbitamente de dirección yendo hacia Juan, por fin el coche arrancó. –Ve tras él, aun corre por ahí. No pudimos hacer nada, buscamos y buscamos y no lo hallamos, a la mañana siguiente su madre nos dijo que estaba en el hospital, lo habían encontrado tirado cerca del camino del cementerio, los médicos diagnosticaron: “Sock nervioso con pérdida de la conciencia por coma profundo”. Al mes de aquello Juan se recuperó nos contó donde estuvo, pero eso será otra historia...

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